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La artista plástica santafesina desarrolla una intensa actividad en el medio. Su obra se aprecia en museos locales, nacionales e internacionales.

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El espectador se encuentra con una obra abierta que lo libera de ataduras y preconceptos.

De la Redacción de El Litoral

El trabajo constante la define. Siempre con sus telas, sus papeles y sus objetos, María Virginia Farah circula por la vida para después exponerlos en salas, pequeñas galerías de arte, salones y museos de la ciudad, la provincia, el país y, en algunas ocasiones, en el exterior. Es inquieta, está enamorada de su hija y sigue trabajando, como siempre.

En esta nota, los críticos opinan acerca de la obra de María Virginia y resaltan sus virtudes.

Farah y sus geografías cromáticas

Con este título, el Dr. Jorge M. Taverna Irigoyen escribió que toda forma abstracta es un universo simbólico. Eugenio D‘Ors afirmaba que lo subconsciente siempre es amorfo. De ahí que, en ese campo no figurativo, no referencial, a veces no evocable, puedan entrar también los sueños y las fantasías y los fantasmas que, de una u otra manera, todos llevamos dentro.

María Virginia Farah trabaja con las formas abstractas dentro de una convocante temperamentalidad. Sus abstracciones no son frías ni circunstanciales. No obstante, responde muchas veces a los trances del automatismo, sus planos cromáticos irradian ciertos trasfondos sensoriales muy propios, que convocan al ojo del contemplador. Son energías concentradas; son planos que huyen de sí mismos; son paisajes surreales, que despliegan las annías y los ensambles de su paleta; son sugerencias texturales (collages apenas pronunciados), que agregan otra “temperatura emocional”; son resplandores y efluvios matéricos, que organizan compositivamente el todo y le dan trascendencia.

Recorriendo sus trabajos, emergen por ahí esencias de Nicolás de Stäel, de Rudolf Bauer, de Jean Fautrier. Son ligaduras suprasensibles, asociaciones de abstracciones con abstenciones, reminiscencias integradoras. Porque María Virginia Farah, pintora de la última generación de artistas santafesinos, sólo busca una identidad de expresión, un lenguaje en el cual pueda hallar su verdad, una huella o un proceso que le sean originales.

En el largo camino elegido, observa ya vitalismo de imagen y buen uso de los valores plásticos. Y a ello agrega, en ciertos casos, el aporte de otros recursos (como las fuerzas lumínicas), para ahondar intención y vuelo a sus “geografías cromáticas”.

Parte de ello, seguramente, fue vislumbrado por los críticos franceses Edouard Jaque y Pierre, cuando visitaron hace poco más de un año la Argentina, con motivo de los encuentros sobre “Surrealismo y Nuevo Mundo”, ya que la incluyeron en la obra que se edita actualmente en la Universidad Federal de Río Grande do Sul, así como en artículos sobre la pintura surrealista en Argentina.

Más allá de encuadramientos -finalizó su texto Taverna Irigoyen-, la expositora de la muestra de la Fundación Fortabat, está encolumnada sensorial y sensitivamente en una no figuración libre y gozosa…¿Puede pedirse mayor convicción creadora y, a la vez, suponer mayor compromiso de realización?.

Respuesta poética

El Prof. Julio César Botta sostuvo que “partiendo del concepto de que los tiempos no son iguales para todos los individuos, quiero afirmar que el hacer creativo de María Virginia Farah se produjo de manera vertiginosa, sin pausas, arribando a una precoz madurez realizativa y reflexiva, que le permite reafirmar su identidad personal y paralelamente reconocer sus propias carencias.

Sus planteos pictóricos responden poéticamente a vivencias de su microcosmos personal, de gestación lúdica y catártica, de deleitación con el matiz y la materia.

Para sintetizar quiero tomar algunos conceptos de Paul Gauguin, uno de los precursores del Arte Moderno que infería… ‘Es verdad que los impresionistas estudiaron el problema del color, pero todavía conservaban una traba: las ataduras de la verosimilitud naturalista. El color —continuaba Gauguin— es enigmático en las sensaciones que provoca en nosotros y por lo tanto hay que utilizarlo de manera enigmática, no para representar, sino por los efectos musicales que parten de él, de su fuerza interior, misteriosa e inescrutable’. Sentenciaba Gauguin, prediciendo a Kandinsky, a Klee y a los surrealistas: ‘No trabajéis copiando la naturaleza, en pintura, explicar no significa lo mismo que describir, por ello prefiero un color subjetivo y un símbolo a la novela pintada, a la anécdota ilustrada que es circunstancial’…

Y así, para terminar, estamos frente a una obra abierta que libera al espectador de ataduras y preconceptos.

Dice Severo Sarduy, el poeta cubano, que ‘el hombre aparece en la escena cosmológica observando y que el universo se hace observable cuando hay alguien para observarlo’. De igual manera, la pintura implica la necesidad de contemplarse, de ser observado… De ser observado con cierta particularidad por parte del espectador, pues en este caso tal percepción implica -se podría decir- una reactivación -y por qué no- una recreación.

No hay observador que no sea observable -y como apunta Sarduy- ‘no hay mirada que no suponga un espejo, ni fenómeno que se deje contemplar desde varios puntos de vista a la vez’… Y es en una multiplicidad de lecturas donde se revela, más que un contenido fijo y unívoco, el espejo de una cuasi ambigüedad”.

“Lo que se ve y lo que no se quiere ver”

El crítico Domingo Sahda puntualizó en El Litoral que la exposición con ese título está constituida por obras independientes (pinturas), objetos y conjuntos ambientados… El recorrido y la disposición de las obras -expuestas en el MAC- subrayan el propósito conceptual de la expositora, quien con preciso y delicado oficio merodea, explora y disecciona la intencionalidad subyacente, asomada por los intersticios que solapan el mito de la belleza sentida como el “deber ser” del “glamour” exigible en la sociedad posindustrial, aquella que hace del espectáculo y del consumo estereotipado su “modus operandi”.

La muestra en cuestión se integra con tres áreas organizadas como series, a saber: “abocadas”, “Espejo-Espejito” y “Vicioso el ojo que TV”. El contenido en torno al cual se construyen las propuestas visuales expuestas hace hincapié en la boca y el ojo, desechándose cualquier otro contenido formal-plástico.

El recorte y el subrayado de una parte, de un sector en detrimento de la idea de totalidad compositivo-formal, prefiguran una intencionalidad; el señalamiento del estereotipo como carta de validación social es el eje de la reflexión visual.

Labios repetidos al infinito, iguales a sí mismos, convencionales y “deshumanizados”, fabricados a pedido, privados de las características de la diversidad al filo de cirugía, se encabalgan, en distintos rostros-máscaras cuyo hieratismo, cuando no rictus tenso, denuncia a su portador. La ficcionalización que supone acceder a la libertad de construirse y/o deconstruirse el rostro, el cuerpo, no por exigencias reparadoras, sino por fabulaciones e inseguridades, se enseñorea de bocas de quirófano recetadas e impuestas que forman parte de un engranaje socio-comercial que la artista señala, advierte. Apela al arte visual como estancia de reflexión. La belleza, tópico esencial del arte de las formas planas y de volumen, la pintura y la escultura, durante centurias, se ha trasladado como mueca al cuerpo social, a las personas, a las bocas femeninas cuya turgencia elude cualquier idea de sensualidad y cuyas comisuras, en constante semisonrisa, enmascaran la nada. Virginia Farah, con singular oficio, atendiendo de modo constante a las construcciones y a las pinturas, opone bocas perfectamente “cosidas” a sucesión de planos neutros o vacíos, estableciendo juegos comparativos en función de la reafirmación de los conceptos en torno a los cuales desarrolla sus proposiciones plásticas.

“El ojo que TV” bascula en el enlazamiento de la pantalla y el ojo que registra, creando vínculos de dependencia constante, logrando hacer de la TV una especie de escuela universal modeladora de pensamientos y acciones. “Lo que no se ve no existe”, pues la TV fabrica adicciones de sofisticada manipulación, ofrece y sólo pide obediencia constante y asidua.

Ojos que ven pero no miran, bocas para exhibirse como ornamento descartable, espejos que nos replican en sucesión de desmaterializadas imágenes son los conceptos en torno a los cuales Farah elabora sus trabajos. Su interés temático prefigura la subyacente inquietud y preguntas constantes que la envuelven, mientras despliega sus talentos fácticos y sus reflexiones. Mas todo está hecho sin desmadre alguno, al límite que el mito de la belleza prescribe con autoridad en la sociedad posindustrial.

La artista testimonia y advierte desde el borde de las fronteras sin saltearse. Dice lo suyo con elegante recato. Mas, la belleza es una cuestión estética que se sostiene en la ética. De lo contrario, es mascarada refinada, disfraz al fin.

https://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2011/11/02/escenariosysociedad/SOCI-03.html

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