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Domingo Sahda

La exposición del título se exhibe en el Museo Municipal de Artes Visuales, Sor Josefa Díaz y Clucellas, Peatonal San Martín 2068.

—Virginia, ¿qué me podés decir de esta muestra que es un tanto insólita?

—La muestra se llama “Amor empieza con A” que se origina a partir de la lectura de un libro, “Las más bellas cartas de amor de todos los tiempos”, en donde empecé a confeccionar y a pedir cartas para armar una producción. De ahí surge un juego al que yo llamo “Aventurarte”, donde invito a muchas personas, en distintos encuentros llamados tertulias, a participar de la obra.

—¿Es una creación única o en la misma participan muchas personas, abriéndose a múltiples caminos?

—Es una producción colectiva. La participación de la gente no es unidireccional. Si bien hay una propuesta, nada es inamovible, porque la base de la obra es el juego. El sinsentido, los caminos inexplorados son el corazón de la obra. Por eso le llamo al juego “Aventurarte”, porque realmente es aventurarse, dejarse llevar sin saber adónde vamos.

—¿Cómo ha respondido la gente?

—En los distintos encuentros, lo que casi siempre pasó es que asistió gente por la invitación pero me avisaba que no iba a participar del juego. No me ocurrió nunca en una propuesta que no lo hicieran, sino que al rato se enganchaban y empezaban a hacerlo. Pero la participación de la gente en la obra está ya desde su gestación porque, para poder realizarla, yo solicité a amigos, colegas y conocidos, que me escribieran cartas. Entonces, ya para la concreción de mi obra participó gente. Luego, en las distintas tertulias donde se los invitó a “Aventurarte”, también estuvo la intervención de la gente, al igual que en el montaje. Más allá de que muchos vinieron a ayudar en el armado porque no llegábamos, en el muro tenían la posibilidad de escribir lo que quisieran.

Arte sin reglas

—Esta muestra se sale de los planos convencionales de la obra que comprende una puesta en que hay un fulano que la mira e intenta develarla. Acá hay un proceso de envolvimiento, de participación comunitaria o colectiva, de borrar límites. ¿O no?

—Toda la obra nació así, porque el arte es así; no creo que tenga que tener reglas, pasos precisos a seguir. Creo que justamente los desbordes, lo inexplorado, lo inacabado, es lo que lo dota de vida. El arte y la vida son eso. En esta muestra, lo que más me interesó entre la gente, el vínculo. Es decir, cómo se iba gestando la obra a partir de la intervención de los distintos participantes. La gente respondió muy bien porque fue un espacio diferente en el que podían volcar cosas y no tenían otro lugar para hacerlo. Algo que ayudó mucho es que, se encontraron con otras personas que no conocían, lo que también fue deshinibitorio, no fue un grupo cerrado. Los distintos anfitriones, por los lugares donde hemos pasado, me preguntaban: “¿A quiénes querés que invitemos?” Justamente, eso era lo que no había. A mí me interesaba que fuera el hijo del vecino, cualquiera.

—Es decir que estuvo dirigida con absoluta libertad, que fue una propuesta no convencional, no ajustada a parámetros preestablecidos y que pretendió generar vínculos entre los unos y los otros, hacia la comunicación, la expresión y al enlace del entretejido social más que a la obra como consagración de la praxis.

—Totalmente, más allá de que a las producciones que salieron les tengo muchísimo respeto.

—Por supuesto, es incuestionable. Cada cosa que vemos es el desprendimiento de la interioridad y vale respeto. Ahora, ¿cómo estableces, si te lo propones, un parámetro de calidad?

—Eso no existe. En ningún momento se me ocurrió pensar desde ahí. Obviamente, hay cosas que me llamaron mucho más la atención que otras. De hecho, hay una de las obras que me pareció que era la síntesis de todo lo que mostramos porque se asemejaba a la idea que yo tenía cuando surgió esto. Se trata de una mujer que hizo una trama y escribió “No importa la trama sino el desenlace”. Eso me pareció significativo porque era lo que yo quería contar con todas las tertulias: el intercambio, el vínculo, la interacción.

El valor del tiempo

—Siempre estás hablando de vínculos interpersonales, no se trata de la tarea solitaria en un taller…

—Fue una etapa en la que yo necesité mucho escuchar a los demás, ver al otro y reconocerme con el otro. Eso estaba clarísimo. Por eso se hicieron estos encuentros. Me interesaba traducir a mi lenguaje el de los demás, recuperar el verdadero valor del tiempo y esta cosa de la manufactura, del armado, de una carta o de lo que fuere para entregarla al otro. También dejar, si se quiere, un poco de lado la cibernética de la comunicación donde todo queda en un espacio virtual y no hay tiempo para el intercambio con el otro. Esta cosa más cercana era lo que yo necesitaba.

—Te interesa la cuestión esencialmente humana de la creación compartida y el diálogo interpersonal, en el sentido, justamente, de la recuperación de la condición humana.

—Sí y ver que todos, de alguna manera, podemos ser creativos porque siempre me ocurrió en los encuentros que me decían: “No sé dibujar”, “Yo no puedo”, “Vine a mirar”. Tenían miedo, temor porque no sabían qué tenían que hacer. Igual nunca nadie se sintió presionado y nunca nadie se quedó sin hacer nada. Todos podemos ser creativos, simplemente tenemos que estar atentos, mirar hacia otros lugares y atrevernos a comunicar.

—El arte es atreverse a salir de los marcos convencionales porque cuando se repite mecánicamente termina siendo eso que tantas veces hemos denostado como la academia, el debe ser, lo que corresponde. Acá hubo una apuesta a que cada quien se asuma como tal e intente ser él mismo.

—Exactamente e inclusive, cuando realicé los primeros encuentros, no sabía qué iba a pasar, también tenía miedo al ridículo. Realmente fue increíble todo lo que recibí, las respuestas, jamás hubo un encuentro igual a otro.

—Entonces tu propuesta tiene una sobrecarga política y cada quien fue manifestando lo que sintió en un ámbito propicio. De alguna manera, vos fuiste quien tendió la mano e intentó que el otro se levantara y anduviera.

—Sinceramente siento que fui un nexo y una privilegiada por llevarme tanto. Fue increíble todo lo que la gente dejó, todo como fue cerrando y cómo uno va sintiendo. Fue impresionante ver las coincidencias. Otra cosa que fue clarísima, por eso digo que me reí mucho de mí, fue que hubo un punto en común cuando hablamos del amor, de la vida y de lo verdadero. La conclusión fue que todos estamos en un mismo lugar, ahí no hay más ni menos poder, quedamos todos en un mismo plano.

—Quien entra a hacer una lectura debe quitarse, seguramente, el imperativo de lo que debe mirar para intentar abordar con absoluta libertad lo que se le pone enfrente.

—En los encuentros yo sentía una limpieza mental. Además, se creó un clima donde lo importante no fue si estaba bien tal color o tal pincel. Eso no existió nunca. Sólo en tres encuentros hubo tres personas no quisieron mostrar lo que habían hecho pero trabajaron bien y disfrutaron el momento. Eso es sumamente respetado.

—¿Cómo termina esto, si es que termina?

—Esta fue una muestra en la que, de alguna manera, yo necesitaba que tuviera, no sé si un cierre pero sí que se mostrara. Mentalmente necesitaba ver todo puesto sobre la mesa y compartirlo con todos los participantes que durante cuatro años me cruzaron por la calle y me preguntaron: “¿Cuándo exponemos?”

—Esto significa que eventualmente este planteo que has hecho se cierra aquí, lo cual no quiere decir que no se reinicie en otro momento.

—En realidad siento que esto fue una punta aunque no sé para qué. No fue como otras veces como por ejemplo cuando realicé la muestra en el MAC, que ser a una serie de bocas y labios, que contaban otra cosa. Eso se cerró, se terminó. En esto, yo siento que hay una punta que no sabemos para dónde va.

—Para vos el arte es una aventura constante.

—Totalmente. Para mí es una forma de vida. El arte puede matarte o salvarte y a mí, en este caso, me salvó.

 

Nota a Diario El Litoral. Edición del Viernes 13 de enero de 2012

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